M a r i o   M i g u e l   M o l l a r i  

“Nací en el año 1930 y ahí empieza un poco la historia de la pinturita. El pan no era el pan, era un pincel, así que vine con el pincel y me dediqué con mucho entusiasmo desde pibe, porque lo único que me salía bien era dibujar”

Mario Mollari nació en la Ciudad de Buenos Aires el 1 de septiembre de 1930. Su padre Julio Mollari era actor de teatro leído. A los 10 años pierde a su madre y su padre decide marcharse a vivir a Córdoba quedando él y su hermano mayor solos en la vivienda familiar del barrio de Flores, donde se gestarán sus inicios en el arte y la pintura .
Debajo de esta casa había un garage en el cual Mario trabajaba como sereno encontrando en la noche todo lo necesario para crear en su universo: tiempo y silencio.

INICIOS

“El trabajo mío lo realizaba en un escritorito que había en el garaje en el que trabajaba y ahí hacía mi obra. Anduve por talleres y escuelas pero nunca estuve como alumno. Yo no estudié, no hice la escuela de Bellas Artes, no tuve maestros… si tuve amigos y compañeros con los que charlábamos y nos preocupamos de esas cosas técnicas…”

Al lado del garaje vivía la familia Vallacco. Los hijos de ese matrimonio Tito (fotógrafo) y Héctor (escritor) tenían la edad de Mario y poco a poco fueron entrando en esa cosmogonía que él iba construyendo.
En esas largas noches Mario y sus amigos fueron descubriendo para qué habían venido a este mundo.

“Yo miraba los cuadros de los grandes maestros y me decía: Yo esto no lo puedo pintar ni en 20 vidas”

SU BUSQUEDA ARTISTICA

Cuando cumple 22 años Mario decide irse con lo puesto a Europa, y más específicamente a la meca del arte por esos tiempos: Paris. Piensa que allí va a encontrar las raíces de la pintura y su inspiración artística.

“Yo tenía una caja de compases muy buena que me había regalado mi madrina, y esa caja de compases yo se la cambio a un muchacho que trabajaba en turismo por el viaje a Europa en barco… y me fui hasta Cannes, pero ahí me quedé en banda…”

Pasa hambre y se mantiene trabajando de modelo vivo para algunos artistas de la bohemia parisina. A medida que pasan los días, Mollari descubre que allí no está su búsqueda. Está en la “cuna del arte” occidental, y no se siente para nada conmovido.

“Yo quería saber como se veía la cuestión del arte argentino desde Europa. Y llego y no encuentro nada, no se veía nada y en Argentina no había ningún movimiento que estuviera destacando eso. En ese sentido mi viaje fue un fracaso, pero también fue un éxito. Me dije: ¿Por qué voy a pintar como si yo estuviera en una bohardilla de Mont Martre si yo estoy en Tilcara? Yo tenía que buscar en mi lugar lo que quería”

Luego de unos meses decide volver. Pero aquella “luz” que no encontró en París la descubriría casi por azar en el viaje de vuelta a Argentina. El barco que lo trae de regreso hace puerto en Río de Janeiro, justo al amanecer. Mario entonces sí, viendo aquel paisaje, se conmueve, como si “redescubriera” América, volviendo de Europa.

Llega a Buenos Aires habiendo comprendido que su búsqueda estaba en su tierra, que debía arañarla y buscar en sus raíces. Vuelve entonces al legendario garaje y allí comienza con Tito Vallacco a tramar un nuevo viaje al noroeste argentino , Perú y Bolivia. Quieren conectarse con los orígenes del continente en la América profunda, allí donde aún no ha llegado del todo el “toque civilizador” del conquistador.
En ese camino algo lo hace vibrar mil veces más que el Louvre: una extraña y mágica luz sobre el lago Titicaca. Esa atmósfera y ese silencio sideral lo hacen encontrar su verbo, el que guiará toda su obra.
Esta realidad lo subyuga y lo motiva por completo y para siempre. Buscando la identidad de este continente es donde él entiende está su urgencia como artista.
La geografía y la circunstancia del hombre americano lo hace comprender que su pintura debe ser distinta que si se transporta la cultura europea a América sin un proceso de transformación muere como una planta que no ha podido adaptarse.


Cuando vuelve, Mario ya entiende por cuál rumbo irá su arte, ya sabe que es lo que quiere contar, que es lo que quiere dejar dicho en su paso por esta vida.
En esos momentos de descubrimiento también llega el amor. Mario conoce a Celia Lorenzo de profesión arquitecta con quien compartirá el resto de su vida. Su compañera será pilar fundamental para el desarrollo de su carrera artística. De esta unión nacen sus dos hijos Matias y Beatriz.
Recién casados en el año 1958 se van a vivir a la provincia de Salta, a la zona de los Valles Calchaquíes, a San Carlos en la localidad de Cafayate. Mario quiere estar cerca de los orígenes de su búsqueda artística. Allí les prometen trabajos en escuelas que nunca llegan y a los seis meses, y con lo puesto, deben volver a Buenos Aires. Se instalan en un departamento en Villa Crespo y pasan de los interminables valles rodeados de montañas al delimitado espacio de paredes y techos de la ciudad. Sin embargo Mollari ya tenia guardado en su interior todas las imágenes y sentires que le habían dado sus viajes por tierra americana. Así continúa su búsqueda ya con todo este bagaje encima, materia prima esencial para su creación.

“No quería que se terminara mi preocupación de pintor en la técnica o en la búsqueda de una salida formal. Yo tenía la preocupación de decir algo. Era la preocupación por hacer un arte social, que era la problemática del hombre en la sociedad donde le toca estar viviendo su vida: En qué lugar, en qué condiciones, en qué forma de explotación o no...”

GRUPO ESPARTACO

En esos años entran en su vida otros dos personajes que serán protagonistas en su camino artístico: Los jóvenes pintores Ricardo Carpani y Juan Manuel Sanchez. Mario y Juan Manuel ya se conocían pues habían hecho juntos el servicio militar.

“El destino nos une en ese momento del servicio militar porque el primer día un subteniente dice: A ver… ¿Hay alguien que dibuje acá? Y entonces dos tarados levantan la mano: Eramos Juan Manuel Sanchez, mi amigo, y yo… Tuvimos que hacer un trabajo y ahí nació una gran amistad”

Los tres ven que su pintura va hacia la misma búsqueda y deciden crear un movimiento para ese motor creativo. Algo que los identifique en el mundo del arte. Así nace el grupo “Espartaco”. El nombre está inspirado en la Liga Espartaquista, el movimiento obrero alemán de raíz marxista, liderado por Rosa Luxemburgo, quien a su vez la toma de Espartaco, que fuera el líder de la rebelión de esclavos más grande de la historia de Roma.
Realizan un manifiesto , en donde se proclamaba la búsqueda de un arte revolucionario rechazando el colonialismo cultural.

 Dice el Manifiesto: “La gran Nación Latinoamericana ya ha tenido en Orozco, Rivera, Tamayo, Guayasamín, Portinari, etc., fieles intérpretes que partiendo de las raíces mismas de su realidad han engendrado un arte de trascendencia universal. Este fenómeno no se ha dado en nuestro país salvo aisladas excepciones.” 

Y es Espartaco quien se propone dicha continuidad.

“Mas o menos fuimos llegando todos por distintas formas, pero bastante conectados con la preocupación de hacer un arte que distinguiera un poco lo popular, tratar el tema del individuo de este país, y no solo de este país, sino del continente de América, o sea la preocupación de ver qué pasaba, por qué ciertos países estaban en las condiciones que estaban… ver todo eso que era preocupante”

Los tres artistas exponen por primera vez en la Asociación Estímulo de Bellas Artes  en 1957.
Mientras Espartaco va tomando forma, el Director del Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, Rafael Squirru observa la obra de estos tres jóvenes artistas y en 1959 les propone salir al mundo como movimiento en el 1° Salón Nacional del Arte Rioplatense, invitando a participar en esta muestra a Carlos Sessano  y a Esperilio Bute, incorporándolos de esta manera al Grupo.
En ese año de 1959, comienzan a sumarse nuevos integrantes a “Espartaco”:
el fotógrafo y amigo de Mario, Tito Vallacco  y el pintor boliviano Raúl Lara. El 1960 se suma la joven y talentosa pintora Elena Diz, (compañera además de Juan Manuel Sanchez) y el pintor Pascual Di Bianco. En el año 1965 ingresa al grupo Franco Venturi
“Casi no había antecedentes de una pintura social. No había pintores sociales que estuvieran involucrados en el contacto con la gente, en cómo resolver sus problemas y el de los demás. Tenía que buscarse entonces como se iba a expresar técnicamente, decirlo bien y todavía encima hacer una gran obra… Una cosa casi imposible, estábamos pidiendo muchas cosas para tan poco tiempo que tenemos… y una vida no alcanza”


En 1961 Mollari realiza un mural en el Gimnasio del Parque Chacabuco de la ciudad de Buenos Aires. Años después el lugar fue expropiado para la construcción de la Autopista 25 de Mayo bajo la gestión del Intendente de facto Osvaldo Cacciatore en el año 1978.
Entonces el mural fue demolido y “desaparecido” sin aviso y sin ninguna consideración, en clara evidencia de la desvalorización y total desprecio por dicha obra de arte. 


En el año 1966 Mario Mollari junto a Juan Manuel Sanchez, realizan un mural en el pabellón de la Facultad de Ciencias Exactas de Ciudad Universitaria.
Este mural fue dañado durante una toma Universitaria de estudiantes en los años setenta.
Los camiones hidrantes entraron a la Facultad para reprimir y la fuerza de los chorros de agua provocó que la pintura se levantara en varias partes. Recién luego de 30 años el mural fue restaurado por el artista junto con su hijo Matias.

Mollari continúa en el grupo hasta su disolución en al año 1968. La última muestra se realiza en la galería Witcomb entre el 5 y el 16 de agosto. Los “Espartacos” alegan que su propuesta ya ha quedado instalada en la mayoría de sus colegas artistas, por lo que el grupo ya no tenía razón de existir. Finalmente los artistas habían reconocido su necesidad de estar junto a la clase obrera.

Mario Mollari sigue pintando y en el año 1972 realiza una de sus trabajos más reconocidos a nivel popular, ya que no había que ir a una galería para poder apreciarlo y su imagen invade de repente el país. A pedido de Mercedes Sosa hace la tapa del disco “Cantata Sudamericana”, que se convierte en una imagen icónica en la carrera de la cantante.

DICTADURA Y AUTOEXILIO

En 1972 el país empieza a vivir momentos políticamente turbulentos y uno de los integrantes de “Espartaco”, Franco Venturi, es detenido y llevado al Buque cárcel “Granaderos”. Luego pasa por el penal de Devoto y por la cárcel de Rawson. Allí sufre el frío el hambre y hasta simulacros de fusilamientos. Es liberado por la amnistía del 25 de mayo de 1973.

Este hecho pone en alerta a los demás ex miembros de “Espartaco”. Varios de ellos se instalan en España. Sin embargo Mario Mollari se queda con su familia en el país, pero decide salir de la gran ciudad y se muda a una casa en la zona norte del Gran Buenos Aires.

Llega el año 1976 y en Febrero Venturi es secuestrado convirtiéndose así en el primer artista plástico desaparecido de quien hasta el día de hoy no se conoce su destino final. Un mes después se instala en la Argentina la Dictadura Militar, y Mollari es tentado por sus amigos para que los siguiera a España.

“Yo ese tiempo me lo banqué acá, no fui a ningún lado porque era un plan medio absurdo. Yo me iba a ir a un lugar en dónde iba a reventar como un sapo: Acá está mal… ¿Pero sirve si me voy afuera? Allá no me conoce nadie, tenía que empezar a plantear todo de nuevo, qué tipo de vida iba a hacer, dónde iba a vivir, cómo se hace con una familia en esa situación…”

Mario decide quedarse en una especie de autoexilio en su casa de Zona Norte y poco a poco lo va tomando la sensación de miedo, y la permanente alerta más que nada por sus hijos ya adolescentes.

“Yo acompañaba a mi hijo a la facultad y estaba todo lleno de policías. Todos los días iba con él porque estaba muy complicado. Yo no iba a hacer nada seguramente, lo más que me iba a pasar era que con dos tiros me liquidaran… Era una vida difícil, con miedo constante, más que nada por los chicos.”

Comienzan también las dificultades económicas. No podía vender “abiertamente” sus cuadros como antes y tampoco realizar muestras. Sus amigos comienzan a vender su obra de boca en boca.

“El asunto está en ver cuando uno está comprometido con la realidad y piensa que tiene que hacer algo, ver bien las cosas y tratarlas y solucionarlas de alguna manera en el campo que te toca por lo menos, de ser claro, de comunicarte, que yo pienso que ese es el gran valor de un arte social, que es una obra de arte que a la vez nos está diciendo algo serio y difícil de solucionar para el hombre”

Como una forma de lucha silenciosa y a modo de desahogo de su necesidad de decir, envía todos los años obras de alto contenido temático al Salón Nacional donde curiosamente es aceptado a pesar de la situación política. Mollari es consciente de que este hecho podría ser una provocación, asumiendo que en cualquier momento podría tener algún tipo de consecuencia o represalia.

 “Mande obra muy temática en el momento mas duro (año 1979). Tenia al milico al lado del cuadro mío cuando fui a entregar “el atardecer de hombre muerto y la bestia”, creí en esa oportunidad que me metían en cana… la obra con ese muchahco muerto ahí y el toro que vendría a ser siempre lo mismo : la bestia dominando”

Cuando llega la Guerra de las Malvinas en el año 1982, Mollari entra en una desazón existencial que lo sume en una gran tristeza no solo por la situación de un pueblo aplaudiendo una guerra imposible, sino también porque su hijo estaba en condiciones de ser enviado al frente de combate. Así entra en una zona de silencio interior de la cual le es difícil salir.

CONSOLIDACION DEL ARTISTA

En el año 1983 cae la dictadura militar y comienza un renacer con la democracia. Hay una sensación de alivio y alegría . Mario vuelve con fuerzas y esto se nota en los colores y la determinación de los trazos de sus obras.

En el año 1990 gana  el Primer Premio del Salón Nacional. Por esos años Juan Manuel Sanchez se va a Canadá y en 1997 muere Ricardo Carpani. Otra vez queda como el único “Espartaco” fundador en el país. En el mismo año, en 1997, recibe el gran reconocimiento para su carrera: gana el Gran Premio de Honor del Salón Nacional. Además del premio Mollari se hizo acreedor a una pensión vitalicia, algo muy importante en la vida de cualquier artista plástico que no cuenta con un régimen jubilatorio.
En el año  2005 el Museo de la Universidad de 3 de Febrero realiza una muestra en homenaje al grupo “Espartaco”. De ella participaron Mario Mollari (único pintor del grupo presente), Doris, la viuda de Ricardo Carpani, y el hermano de Raul Lara . Sanchez y Sessano estuvieron presentes a través de internet por video conferencia.

“Hemos luchado por algo que creíamos a fondo. Creo sinceramente que ha sido un grupo serio de tipos que han trabajado creyendo en lo que hacían. Yo creo que esto es lo mejor que le puede pasar a un ser humano: Pensar en algo como la cosa mejor y justa y caminar, ponerse un fin y caminarlo y llegar a ese fin… ¿Los resultados? Después se verán, pero el hecho en si mismo de haber realizado eso, es lo que le va a dar (no digo una felicidad) pero si algo especial en su interior para que ese individuo se sienta BIEN”

En el año 2006, comienzan en Mario los primeros síntomas de lo que luego se convertiría en Alzheimer.
Sin embargo nunca pierde su entusiasmo por pintar aunque si, de a poco, se vuelve más solitario y ya pinta en su taller a puertas cerradas.

Mario Miguel Mollari muere el 30 de octubre de 2010.

Además del mural en el pabellón de la Facultad de Ciencias Exactas de Ciudad Universitaria Mollari ha realizado un tríptico que se encuentra en la ciudad de Nueva York, y diferentes paneles en la ciudad de Formosa, Trenque Lauquen y en Alvear, provincia de Corrientes. 

Si bien su pintura nos da figuras melancólicas y distantes que nacen de la misma tierra y que parecen ser un todo con el paisaje, Mollari les da vida y hace que no pasen inadvertidas. Hubo muchas tentaciones durante su carrera: desde dejarse seducir por las breves aventuras estéticas de moda hasta la de convertirse en un panfleto oportunista, pero Mario nunca claudicó en sus conviccciones.

 “Mario Mollari siempre mantuvo una conducta y una vocación indestructibles y una voluntad de creación al servicio de una conciencia libre”, dijo alguna vez Raúl Gonzalez Tuñon.

Y al ver su obra nadie puede dudar que esta frente a una mirada auténtica y sensible de alguien que trata de transmitir, más que gustar. Alguien que desea firmemente dejar un testimonio del tiempo que le ha tocado vivir en esta Tierra. Tan simple y tan inmenso como eso.

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